I. En el año 1559, cuando en tierras de Perú se iniciaba la expedición de Ursúa al Dorado, algunos se preguntaban quién era Ursúa por haber logrado del rey que le concediese aquella empresa.
II. Era Ursúa un capitán nacido en 1525 en Navarra no lejos de Pamplona. Tenía una alta idea de sí mismo que trataba de hacer compartir a los otros. Algunos lo odiaban por la persistencia que ponía en aquella tarea. De talla algo más que mediana, bien portado, un poco altivo, tuvo dificultades en aquellos territorios de Indias. Cerca de Quito descubrió una mina de oro. Más tarde, en tierras de la actual Colombia, redujo a los indios y despertó tales envidias en otros capitanes que una noche le quemaron la casa y tuvo que saltar desnudo por una ventana. Era, pues, uno de esos hombres de presencia provocadora que provocan antagonismos. Los que lo trataban de cerca sólo lo acusaban de tener una idea excesiva de sí mismo. “Se cree de origen divino”, — decía algún oficial envidioso. Y el padre Enao, su amigo, respondía: “¿Por qué no? Todos los hombres lo somos."
III. Afrontaba Ursúa las dificultades con valentía y arrogancia, pero no siempre sabía salir de ellas. Viéndose un día en un mal trance que podía determinar su ruina, acudió al virrey, quien, para probarlo le encargó la reducción de los negros sublevados en Panamá. Estos eran muchos y fuertes, y habían llegado a constituir una amenaza grave. Con fuerzas inferiores los venció y apresó al rey negro Bayamo, a quien llevó a Lima detenido. Entonces fue cuando el virrey comprendió que Ursúa era alguien y le dio la empresa del Dorado.
IV. En plena juventud — no tenía más de 35 años — comenzó Ursúa a concentrar a su gente en Santa Cruz, al norte de Perú, tierra áspera y montañosa. Al principio acudieron a su llamada gente de todas clases, entre ellos sujetos de mala fama, perseguidos y verdaderos delincuentes. El virrey había ofrecido amnistía a los que se alistaran. Para compensar aquello Ursúa quiso atraer a algunos capitanes hidalgos, proponiendo el puesto de jefe de operaciones militares a Don Martín de Gusmán. Le escribía entre otras cosas: “Le ruego que de su parte y la mía suplique a todos los caballeros que conozca y estén sin empleo o con empleo inferior a sus merecimientos que vengan a esta jornada. En buena camaradería iremos todos y que sea nuestra fortuna próspera.”
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Viéndose un día en un mal trance que podía determinar su ruina, acudió al virrey, quien, ... .